El mariscal de campo José de la Cruz en la encrucijada de la independencia de México

Autor:
de Andrés Martín, Juan Ramón
Editorial:
Dykinson
ISBN
9788413777153
Idioma
Español
Fecha de Publicación
2021
Nº de páginas
172
Formato
Rústica con solapas
Disponibilidad:
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18,00€

El desempeño del mariscal de campo José de la Cruz Fernández en los diez años que hemos examinado, 1812 a 1821, fue realmente eficaz y correcto, sobresaliente para los realistas, aunque tuvo sus más y sus menos con los tres virreyes con los que le tocó lidiar. Fueron unos largos años fijo en Guadalajara, hasta que en 1822 tuvo que abandonar la Nueva España por la victoria del Ejército Trigarante, independentista, de Agustín de Iturbide en 1821. El sistema militar que siguió Cruz en el territorio de su mando fue el propio para hacer frente a la constante diseminación de las gavillas insurgentes por el mismo. Por esta razón, lo mantuvo subdividido fundamentalmente en cinco divisiones, la última de guarnición en Guadalajara. Y, después, cada división a su vez mandaba destacamentos proporcionados a los distintos puntos de su rumbo para destruir con eficacia a las distintas partidas rebeldes. Era muy lógico que así procediera. Estaba claro que la línea más crítica del territorio al mando de Cruz fue aquella frontera que se daba entre la Nueva Galicia y las provincias de Guanajuato y Valladolid, y por esta razón tanto Cruz como los virreyes, y los distintos comandantes militares de las mismas, hacían constantemente planes de cooperación y combinación entre las tropas de la primera y las de las segundas. Y al mando de la provincia de Guanajuato destacó, cómo no, el famoso coronel Agustín de Iturbide, después famosísimo emperador de México. También destacó el comandante de la primera división, el brigadier Pedro Celestino Negrete, que después de la independencia estuvo también un tiempo en el gobierno de México. El general Cruz tuvo una decidida preocupación por la opinión pública que hubiera en cualquier momento en la Nueva Galicia y por extensión en las provincias de Guanajuato y Valladolid. Efectivamente, para Cruz esta opinión consistió nada menos que en las convicciones interiores que tenía la población neogallega en relación a su fidelidad al rey, a España y a la religión católica. Y si se perdían estas convicciones, por las patrañas ideológicas a las que eran tan aficionados los insurgentes, se perdía todo, la Nueva Galicia primero y, después por extensión toda la Nueva España. Para conservar sana esta opinión pública no dejó Cruz siempre de utilizar con bastante frecuencia la imprenta, emitiendo bandos, manifiestos y los más importantes folletos contrarrevolucionarios de la época, para que la población siguiera fiel al rey a y a España, y no se dejara alucinar (otro verbo muy utilizado por Cruz) por las consignas, sinuosas y sectarias, de los insurgentes. Cruz, una vez vuelto a España en 1822, fue nombrado por Fernando VII en dos periodos Ministro de la Guerra en fin, que este periodo de este general hasta su muerte en París en 1852, resultaría para hacer un tercer estudio sobre este interesante y poco conocido personaje de nuestra Historia.