Cuenta Simon Leys que cuando era un joven estudiante tuvo la suerte de acudir a una peculiar escuela en Hong Kong. Uno de sus condiscípulos, calígrafo y grabador, la bautizó como Escuela de la inutilidad , y en ella pasó Leys unos años intensos y gozosos, en los que aprender y vivir eran lo mismo . (...)